Cuentan que a un condenado a muerte le concedieron un último deseo.
—Mi deseo es no estar presente en la ejecución —respondió.
Los ejecutores lo pensaron un momento.
—Eso no te lo podemos conceder —le respondieron finalmente.
—Debes solicitarnos otro deseo.
El reo lo pensó un momento y finalmente apuntó:
—Entonces, mi deseo es aprender japonés…